martes, 24 de marzo de 2009

Esto sí que es amor


Ella apareció y lo impregnó todo con su luz. Ella llegó y encendió el sol cuando las nubes cubrían el cielo de Vancouver y la lluvia se mezclaba con el granizo y la nieve de los coletazos de un tardío invierno que a mediados de marzo se vuelve tedioso.

Risas, conversaciones infinitas.
Bromas entre comidas, cervezas y compras.
Café siempre acompañado de un dulce y la mirada de complicidad entre el quiero y no debo que acababa con un -"¡¡Qué más da!!"-

Desde mi habitación hasta un insuperable colchón de hotel, pasando por la pensión más barata para jóvenes viajeros, junto al pío pío de los luminosos que regulan el tráfico y al mismo tiempo alteran el sistema nervioso, cuanto más durante la madrugada...

Pasear en bicicleta y conocer a alguien de una forma tan repentina que te confirma que la casualidad no existe. Compartir conversaciones diferentes, estar en un lugar donde la gente llega, se queda un rato, se marcha. La luz va cambiando, el espacio se vuelve más intimo y esas tres personas miran el reloj sorprendidas, parece como si un duendecillo hubiese adelantado el tiempo.

La nieve y la niebla, el espacioso telecabina, el telesilla sin cabida para apoyar los pesados esquíes, a pesar de ser la estación más grande de Norteamérica. Carriles rodeados de una exuberante arboleda, atravesar bosques con unas tablas deslizantes, saborear el frío y caer en la nieve más pura.

Coger el ferry para visitar Victoria, la capital de la Isla de Vancouver.
Caminar, olvidar la batería de repuesto cuando más falta hace, aterrizar en una cervecería de ensueño.
Pasear, dar con otro lugar y probar un Bloody Mary tan fuerte que da para las tapas, la cena y el reposo... 
Probar la parte más dura de la cocina creativa, ves el plato, buscas la comida y el minimalismo te dice que lo que tienes delante no es un elemento decorativo... y tu estómago, que entiende más de hambre que de moda, se pregunta dónde acaba el arte contemporáneo y empieza la cara dura.
Reír a carcajadas entre conversaciones serias... estallar de felicidad por estar donde estamos.

Aunque pasar el cumpleaños en otro país tiene su encanto, pasarlo con la familia es como la nochevieja. Lo de menos es que te de tiempo a ingerir semejante cantidad de pelotas verdes; lo de más es poder abrazar a los allegados  y entrar con ellos en el nuevo año. En este caso, los regalos es lo de menos... lo de más es estar con gente especial. Me ha faltado mucha gente, pero cualquiera que la conozca, sabe que pasarlo a su lado, significa pasar un día muy especial. Que mi hermana me cantara cumpleaños feliz en Vancouver no se puede comparar con nada...

Y en este momento también recuerdo a mi madre, porque sin ella muchas cosas de mi vida, la mayoría de ellas, no serían posibles... y su forma de sorprender, siempre por delante de cualquier idea que uno pueda hacerse, aun conociéndola... nunca es suficiente. Siempre encuentra la forma de dejarte con la boca abierta... Al regresar a mi casa, había en la puerta un ramo con 24 rosas, las más grandes y preciosas que haya podido ver jamás... junto a ellas, una caja de bombones y unas palabras que te dejan sin palabras. Leer algo de ella es paralizar el tiempo para reanudarlo con una fuerza imparable.

Podría seguir escribiendo y escribiendo, contando anécdotas y grandes momentos.
Rocío se ha ido, pero el cúmulo de energía que ha dejado en este cuarto y en esta ciudad es tan fuerte que por más que se aleje, su presencia permanece.

Gracias por tantos momentos...