miércoles, 29 de julio de 2009

El verano de Vancouver


Ya me advirtieron de la posibilidad de pasar calor en Vancouver, a pesar de que yo me empeñara en repetir que aquí no tienen noción de lo que calor significa. Si no han pasado por los primeros días de terral que el mes de junio abofetea a Málaga, si no han pasado por la feria de agosto y si no han visitado el interior de las provincias españolas, -sobre todo las del sur- en verano, no pueden hablar de calor.

Pero así es, después de un viaje -que prometo relatar próximamente-, hacia Rocky Mountains donde el frío y el calor intentaban compensarse, me encontré de vuelta, un 7 de julio, con una lluvia y un frío poco característico de lo que yo entiendo por mes estival. Más de una semana con unas nubes tontas que se llevaron consigo el moreno que había conseguido en una ola de calor que pasó por Vancouver. Mientras una parte de mí se cabreaba un poco... la otra, sin embargo, estaba contenta porque sería un verano único y diferente.

En verano, Vancouver es como cualquier ciudad en la que hay verano... eso sí, impredecible como él solo. Igual hay tres días de sol y calor que tres días de un nublado con reflejo otoñal.
Centrémonos en los días de sol y calor, esos días en que digo a los vancouveritas... ¡¡¡esto es verano para mí!!!
Bien, cuando el calor toma asiento, todas las playas se abarrotan de gente, sin sombrillas ni paletas, pero con platillos volantes y troncos en la arena.
En Kitsilano hay una piscina y es impresionante ver las colas que se forman aunque sean casi las siete de la tarde. Como en todos sitios, los helados y refrescos suben de precio y es la época en que la agenda cultural se colapsa de festivales y conciertos.

Cuando una ciudad tiene encanto, con cualquier clima tiene buena cara. Eso sí, cuando es el sol quien la abraza, no hay color... precisamente por la cantidad de color que predomina. Eso es lo que le sucede a Vancouver. Con el verano, la ciudad es aún más bonita; no obstante, si hubiera que mencionar algún punto negativo, es que el césped se pone amarillo. Porque... ¿qué gobierno va a invertir en aspersores para quince días seguidos, como máximo, sin lluvia? Suena a todo menos a inversión. Por eso, esta gente que por lo general se caracteriza por ser optimista, cuando ven la la llegada de las nubes se ponen hasta contentos pensando en lo verde que se va a poner el césped.

Disfruto del amanecer que empieza a las cuatro de la mañana, pero me quedo sin palabras con el atardecer a las nueve y pico de la noche, donde no importa si estás en una montaña, en una terraza o en una playa... Bueno, sí importa, porque cuando es en la playa quieres fotografiar cada segundo que pasa para quedarte con cada tonalidad. Y haces una foto, y después otra... pero la belleza que ven tus ojos es tan superior a la que la cámara refleja, que decides parar para que esos colores se queden en tu retina, retener cada movimiento del sol y respirar hondo en cada peldaño que baja, hasta esconderse en las montañas. Y es cuando me gustaría volver veinte minutos atrás para repetirlo una y otra vez...

Ahora sí puedo decir que merece la pena ver el verano de Vancouver, haber pasado tanto frío, interminables días de lluvia, niebla... ha merecido la pena pasar por el anochecer de las cuatro de la tarde, para ahora, verlo a las nueve y media de la noche sin gorro ni abrigo.

viernes, 26 de junio de 2009

Coldplay, embajadores del verano

Tras posponer en dos ocasiones a una de las bandas con más tirón de la escena internacional, Vancouver ha sido el escenario donde disfrutar del pop-rock con el que Chris Martin y sus tres colegas deleitan al gran público. 

1800 personas se concentraron en el GM Place y no para ver al equipo de Hockey, Los Canucks, que dos meses atrás se quedaron a las puertas del trofeo cuando Chicago los echó de la pista de hielo en semifinales.

Después de Snow Patrol, unos teloneros dignos de ser más que aplaudidos, la espera fue de 25 minutos; un marketing lo suficientemente efectivo como para movilizar a gran parte de los invitados hacia la compra de palomitas, hamburguesas, cervezas y cualquier cosa con tal de matar a la espera. Por supuesto, ir al baño, quizá el momento más duro, en el cual comprendes porqué son 25 minutos... y es que, había más cola que en la entrada del estadio. 

Con tanto barullo, escaleras, puestos de camisetas y mostradores de comida rápida, la espera no fue tan larga, y tal como dijeron los intérpretes de Chasing Car, los británicos subieron al escenario.

Coldplay tuvo desde el primer momento una buena puesta en escena y a pesar de haber estado detrás, la magia y la conexión con el cuarteto londinense se mantuvo intacta en cada canción, donde la voz poderosa de su vocalista parecía no tener fin. Si la apertura no destacó por su originalidad -un telón transparente que separaba a los músicos del público-, el tema con el que arrancaron tuvo suficiente calidad como para envolverte en dos segundos, Life in Technicolor.

Entonces, Clock apareció en escena, siendo hasta hoy la referencia de Coldplay, algo que en pocos años podría considerarse mítico. Hubo tiempo para todo, canciones del primer disco, lanzado en el año 2000, Parachutes; mayor espacio reservado para A Rush of Blood to the Head (2002); y X & Y (2005), el álbum más corriente de todos, que podríamos decir, cuenta con un gran tema, Fix You. Por supuesto, la calidad del último trabajo donde se aprecia la madurez musical a la que Coldplay ha llegado tras diez años en escenarios con grandes temas como Cementeries of London, Viva la Vida, y cómo no, una de las más destacadas, aunque no popular, Lost.

Era 21 de junio, y a pesar de que la temperatura y el cielo de Vancouver hablaban de abril, con Yellow, el verano llegó a la burbuja musical en la que nos encontrábamos; incontables globos amarillos fueron lanzados desde el escenario creando una danza al compás de la música entre el gentío. 

El espectáculo rodaba sin parar mientras el vocalista iba de un extremo a otro con una voz que jamás le abandonaba. Llegaron grandes momentos  para el piano con canciones rockeras como Politiks y otros más tranquilos pero de una intensidad irresquebrajable como 42, una de las mejores del último álbum. Y el gran momento llegó con la propina cuando tras despedirse, tocaron The Scientist, un tema que a día de hoy ya ha hecho historia.

Coldplay dio lo mejor de sí de principio a fin y el buen sabor de boca que dejaron en nuestros oídos también llegó a nuestras manos con la entrega del nuevo álbum a la salida del concierto.

Aquí dejo uno de los mejores momentos, Yellow


miércoles, 20 de mayo de 2009

Sunshine Coast, la otra orilla

A pesar de que Canadá es el segundo país mas grande del mundo y viajar a través de él, en ocasiones se encuentra entre el sueño y la pesadilla, no todo lo bonito está necesariamente lejos. Por otro lado, Columbia británica es mucho más que Vancouver, Whistler y el conjunto de ciudades conectadas por el tren de cercanías.

Una de las opciones que ofrece la costa del oeste es la posibilidad de alcanzar numerosos paraísos, pequeños lugares con encanto poblados de legendarios árboles, osos, granjas locales, pequeñas galerías y playas secretas.

Tras un bonito paseo de curvas con vistas al mar que recorren el oeste de la provincia de Vancouver, llegamos a la Herradura de Columbia Británica, tal y como su nombre indica, “Horseshoe Bay”. Si bien podemos disfrutar de un precioso parque con vistas al océano rodeado de espectaculares montañas, lo que realmente ejerce de imán es el ferry; y es que, aquí es donde podemos coger un barco para llegar a escenarios de una belleza abrumadora. A tan sólo 35 minutos navegando, llegamos a la Costal del Sol, “Sunshine Coast”. Aunque no predomine la biznaga ni en la dieta encontremos espetos de sardina, sin duda es un enclave digno de visitar.

En poco más de media hora, hacemos un viaje en el tiempo, nos alejamos del ruido, de las prisas, del estrés, de las bocinas, la polución y la cantidad de sin techos con los que Vancouver cuenta. En poco más de media hora, hacemos un viaje en el tiempo hacia un lugar lleno de paz donde se respira, casi intacta, la historia de la naturaleza.

El viaje, desde el comienzo estuvo repleto de aventuras y acontecimientos que hicieron la estancia más interesante. En primer lugar, la salida del barco no se efectuaba por la puerta de entrada, y Savio, -amigo y roommate- y yo, nos encontrábamos dando vueltas de un lugar para otro, mientras el ferry estaba prácticamente deshabitado. Cuando por fin logramos salir, tras una larga sucesión de coches que abandonan el barco tras los pasajeros que van a pie, perdimos el autobús. El siguiente llegaría en una hora y media y las posibilidades de caminar hasta Gibson, el lugar en el que íbamos a pasar la noche, no era la idea mas acertada. Por ello, cogimos el único taxi que había, era como si nos estuviera  esperando.

La carrera hasta el backpacker fue ni más ni menos que de 11 dólares, pero no estaba la cosa como para poner pegas. Pagué con un billete de 20 y el taxista pretendía quedase con el cambio…

Gibson es el primer sitio de interés con el que te encuentras una vez llegas a Sunshine Coast y el sitio que reservamos para dormir, Wynken Blynken Nod -recomendación de una amiga- tampoco se quedaba atrás. Lo primero que ves es la parte trasera del edificio, una gran casa de playa; tras seguir las pistas que parecían un juego de orientación, por fin logramos dar con la recepción. Entonces, la risa irrumpió con más fuerza que el escenario de océano e islas que la parte frontal del hostal ofrecía. La recepción estaba cerrada, pero en la puerta había una nota con una llave en la que la gerente comunicaba que se había ido a navegar en kayak y el lugar en el que estaba nuestra habitación. Cuando pensamos continuar con el juego de orientación, la chica en cuestión apareció para darnos la bienvenida, y entonces si, dar un paseo a remo.

Dejamos nuestras cosas en la habitación, un lugar romántico con una cama para dos y una cocina compartida por la que nadie pasó. Ambos espacios contaban con una ventana, cómo no, hacia el mar.

Salimos por la parte delantera y sonreímos por el encanto que ofrecía el paisaje. Encontramos un buen sitio para comer y la primera indicación que sólo una persona del área puede ofrecer. Con el descenso de la comida, nuestros pies ascendían por una colina bastante empinada que nos llevó a la carretera principal, Gibson Highway, donde se encontraba el cine y los grandes almacenes que robaban una parte del alma del pequeño pueblo de pescadores. Sin embargo, continuamos caminando hasta que nuestro sentido nos pidió cambiar la ruta, giramos hacia la izquierda, y nos adentramos en Pratt Road, una carretera interminable que desembocaba en el océano.

Aunque pensar en la playa, aparentemente era únicamente bajar en línea recta, resultó no ser tan fácil, pues numerosos caminos terminaban -la mayoría de ellos- en casas… Retomando el camino de la primera en la que nos metimos, una pareja de media edad nos preguntó si estábamos perdidos, el sí nos dio la respuesta acertada porque ahí fue cuando supimos de la existencia de la playa secreta. Supuestamente estaba a 200 metros, pero tras varios intentos fallidos, resultó ser poco más de un kilómetro.

Llegó el momento del descenso entre árboles, sombras, y el sonido de una ardilla que subía y bajaba por un tronco. Tras unas cuantas fotos, nos encontramos de frente con las escaleras que nos llevaron a la playa secreta… y ¡qué sitio! Desde allí pudimos contemplar diversas islas, montañas y nieve. Una playa en la que tan sólo había dos personas más. No sólo las vistas invitaban a quedarse en ese lugar de ensueño; la propia playa, de una belleza singular contaba con un tronco en la arena y unos espigones imposibles de ignorar donde las ganas de saltar se convertían en una energía de fuerza imparable. Rocas perfectas que habrán sido lugar de inspiración para mas de un artista de la zona y foráneos a lo largo del tiempo.

Cuando se está a gusto, moverse es más que una obligación, pero el atardecer nos ganaba en el tiempo y teníamos que encontrar el camino de vuelta, una carretera sin mucho tránsito, pero una carretera, al fin y al cabo. Sabíamos que llegar era cuestión de caminar, y mientras tanto, nos sorprendieron nuevos balcones que daban lugar a la misma panorámica, pero desde otra perspectiva y con otro color, esta vez más rosado que advertía de la proximidad de la noche. Tras una parada relámpago que nos hizo prometer regresar al día siguiente, llegar a Gibson tuvo su aquél, el camino nos llevó a una bifurcación que daba a otros dos y gracias a dos ancianos que pasaban por allí, pudimos llegar al pueblo.

Y entonces sí, tras cuatro horas y media caminando, nuestros pies se quejaban un poco y el estómago nos decía algunas palabras. El corazón de Gibson es una calle con algunas galerías, pequeñas tiendas y contados restaurantes y cafés. Rápidamente nos decidimos por un lugar llamado Chasters. Si el atún que tomé estaba bueno, para el postre no hay palabras; plátano y chocolate negro envueltos en un rollo con coco rallado.

Tras la cena, fuimos a por una cerveza, pero las escasas opciones nos hicieron continuar caminando hacia el muelle; el mar en calma, el silencio del agua, una imagen que cualquier retina congelaría en el tiempo. Cuando el frío llegó, volvimos al hostal y estuvimos relajados comentando el día y compartiendo historias. Y así acabó nuestra noche en Gibson, con el cansancio y la plenitud de un día mágico y completo.

 

 

 

 

 

miércoles, 13 de mayo de 2009

Cigarro para llevar


Comprar un cigarro en España siempre ha sido algo normal. El quiosco como primera fuente para aquellos que sentían la llamada de la nicotina y que, o bien porque el bolsillo no lo permitía o por la cantidad que consumían, compraban uno o dos cigarros sueltos. Siempre he pensado que podría ser algo incómodo llevar un cigarro suelto... y es que, me resulta paradójico el hecho de que algo tan dañino, sea tan endeble y pueda romperse tan fácilmente...

Ayer estuve con una amiga tomando una cerveza y después fuimos a dar una vuelta. Quiso pasar por una gasolinera para comprar un cigarro y cuál fue mi sorpresa al ver semejante presentación. No te dan el cigarro como si de cualquier cosa se tratara, viene protegido en una fundita, que digo yo que valdrá más que el propio cigarro...

En cualquier caso... me hizo mucha gracia

domingo, 5 de abril de 2009

Nieve de transición



Si hay algo que caracteriza el clima de Vancouver es la lluvia, quizá proporcional para alimentar el gran parque que compite con el tamaño del centro de la ciudad, Stanley Park. 

Desde el comedor de mi casa hay unas vistas espectaculares. El ventanal da paso a una postal desde la cual se puede apreciar el contraste de una ciudad con interminables edificios y el verde del parque que acabo de mencionar. La primera vez que tus ojos se cruzan con ese paisaje, parece como si esa inmensa arboleda fuese una isla en algún lugar...

Pero si hay algo que me gusta contemplar cada mañana, que le da sentido al desayuno, es el resultado de una noche lluviosa. Cuando las nubes se instalan en la ciudad, una inmensa niebla les hace compañía. Entonces es cuando la postal cambia por completo y lo que con tanta nitidez puedes ver los días soleados, queda en una suposición, insinuosa y preciosa suposición.

Me gusta subir las escaleras que llevan a la cocina y ver cómo amanece en Vancouver. Si la lluvia no está presente, significa que la indescriptible fotografía muestra todo lo anterior más un fondo montañoso. De las tres estaciones de esquí con las que cuenta la ciudad, se pueden ver dos de ellas, "Cypress" y "Grouse". 

A pesar de que el mes de abril de la bienvenida a la primavera, los días sean más largos y las flores coloreen y den forma a lo que hasta entonces era un escenario desnudo... Cada mañana continúa siendo una sorpresa. Vancouver está en transición, es cierto, pero eso significa que tras una noche lluviosa, cuando voy a desayunar... puedo contemplar una nueva nevada en las montañas del fondo de la postal. 

Y me gusta esa transición en la que vive la ciudad, ese no saber qué va a pasar; el frío, la lluvia, el sol, las primeras flores y el milagro que en esta época significa la nieve.

miércoles, 1 de abril de 2009

comunicación, IMPACIENCIA, incomunicación


Uno de los puntos negativos que tiene Canadá reside en las compañías de telefonía móvil. Cuando recibes una llamada, estás pagando. Si queremos darle la vuelta a la tortilla y otorgar un punto a su favor, podemos decir que es justo, pues las dos personas se benefician de una comunicación basada en el feedback. 

La cuestión es que si se paga a medias, es necesario que haya saldo en los dos móviles, cosa que no siempre ocurre. Entonces es cuando ves que lo que en un principio era un beneficio a medias, se convierte en una putada completa. -Eso sí, demos gracias de que los mensajes de texto lleguen sin necesidad de que el receptor tenga un duro-. 

El no poder contactar con alguien recuerda a aquellos momentos, -apenas unos años atrás, aunque hoy nos parezca algo tan lejano-, en que el aparatito de la cobertura no entraba en nuestros planes. Entonces, la paciencia era la clave principal. Quedábamos con alguien y esperábamos; no había duda de que esa persona vendría, sabíamos que sólo era cuestión de tiempo. Hoy, miramos al reloj con cara de indignación porque llevamos diez minutos esperando en una esquina y comenzamos a dar toques como si se hubieran olvidado de nuestra existencia. Hoy, la paciencia queda atrás, y exigimos la inmediatez. 

Antes salías de tu casa, sabías perfectamente la hora y el lugar. Lo que hoy tenemos que recalcar varias veces por si la otra persona no tiene saldo, se hacía de forma natural...  Ahora, salir sin teléfono, significa dejar tu sombra en casa y estar perdido. Aquí tengo un claro ejemplo de algo que me ocurrió recientemente:

El otro día quedé con un amigo que es bastante despistado. Dijimos la hora y el lugar, llegué dos minutos tarde y estuve esperando media horita sin resultado alguno. Él también estuvo esperando, pero en otra calle... Debido a que él no tiene saldo, lo mejor es mandar un mensaje. Claro que... si se deja el móvil en casa, ¡no funciona!

Nota: si quedas con alguien despistado en este país, no olvides preparar un plan B

martes, 24 de marzo de 2009

Esto sí que es amor


Ella apareció y lo impregnó todo con su luz. Ella llegó y encendió el sol cuando las nubes cubrían el cielo de Vancouver y la lluvia se mezclaba con el granizo y la nieve de los coletazos de un tardío invierno que a mediados de marzo se vuelve tedioso.

Risas, conversaciones infinitas.
Bromas entre comidas, cervezas y compras.
Café siempre acompañado de un dulce y la mirada de complicidad entre el quiero y no debo que acababa con un -"¡¡Qué más da!!"-

Desde mi habitación hasta un insuperable colchón de hotel, pasando por la pensión más barata para jóvenes viajeros, junto al pío pío de los luminosos que regulan el tráfico y al mismo tiempo alteran el sistema nervioso, cuanto más durante la madrugada...

Pasear en bicicleta y conocer a alguien de una forma tan repentina que te confirma que la casualidad no existe. Compartir conversaciones diferentes, estar en un lugar donde la gente llega, se queda un rato, se marcha. La luz va cambiando, el espacio se vuelve más intimo y esas tres personas miran el reloj sorprendidas, parece como si un duendecillo hubiese adelantado el tiempo.

La nieve y la niebla, el espacioso telecabina, el telesilla sin cabida para apoyar los pesados esquíes, a pesar de ser la estación más grande de Norteamérica. Carriles rodeados de una exuberante arboleda, atravesar bosques con unas tablas deslizantes, saborear el frío y caer en la nieve más pura.

Coger el ferry para visitar Victoria, la capital de la Isla de Vancouver.
Caminar, olvidar la batería de repuesto cuando más falta hace, aterrizar en una cervecería de ensueño.
Pasear, dar con otro lugar y probar un Bloody Mary tan fuerte que da para las tapas, la cena y el reposo... 
Probar la parte más dura de la cocina creativa, ves el plato, buscas la comida y el minimalismo te dice que lo que tienes delante no es un elemento decorativo... y tu estómago, que entiende más de hambre que de moda, se pregunta dónde acaba el arte contemporáneo y empieza la cara dura.
Reír a carcajadas entre conversaciones serias... estallar de felicidad por estar donde estamos.

Aunque pasar el cumpleaños en otro país tiene su encanto, pasarlo con la familia es como la nochevieja. Lo de menos es que te de tiempo a ingerir semejante cantidad de pelotas verdes; lo de más es poder abrazar a los allegados  y entrar con ellos en el nuevo año. En este caso, los regalos es lo de menos... lo de más es estar con gente especial. Me ha faltado mucha gente, pero cualquiera que la conozca, sabe que pasarlo a su lado, significa pasar un día muy especial. Que mi hermana me cantara cumpleaños feliz en Vancouver no se puede comparar con nada...

Y en este momento también recuerdo a mi madre, porque sin ella muchas cosas de mi vida, la mayoría de ellas, no serían posibles... y su forma de sorprender, siempre por delante de cualquier idea que uno pueda hacerse, aun conociéndola... nunca es suficiente. Siempre encuentra la forma de dejarte con la boca abierta... Al regresar a mi casa, había en la puerta un ramo con 24 rosas, las más grandes y preciosas que haya podido ver jamás... junto a ellas, una caja de bombones y unas palabras que te dejan sin palabras. Leer algo de ella es paralizar el tiempo para reanudarlo con una fuerza imparable.

Podría seguir escribiendo y escribiendo, contando anécdotas y grandes momentos.
Rocío se ha ido, pero el cúmulo de energía que ha dejado en este cuarto y en esta ciudad es tan fuerte que por más que se aleje, su presencia permanece.

Gracias por tantos momentos...

miércoles, 25 de febrero de 2009

Cine y palomitas...


Es cierto que lo que hoy en día se lleva es un conglomerado de cemento muy bien decorado -según del que hablemos- destinado a un target múltiple: pandillas, familias, parejas, independientes... 
Estos sitios suelen ser grandes superficies, un pack gigante que cuenta con: centro comercial+cines+restaurantes+guardería+bolera+café+copas. 
Si hay algo claro en todo esto es que lo que en un primer momento pasó a ser un gran súper mercado, se fusionó con la diversión dando lugar al centro comercial y de ocio tan querido y requerido en nuestros días.  

En Vancouver no está tan de moda el gran pack, ya que podemos encontrarnos con cines sin que éstos sean un añadido del centro comercial. Y aunque he de reconocer que en un principio me resultó un poco chocante ver tantas tiendas y restaurantes sin ninguna indicación de dónde se encuentra la zona destinada para la gran pantalla... en el fondo, tiene sentido.

Yo echo de menos ir al cine de toda la vida, ir a una sala como algo exclusivo sin tener que pasar por numerosos escaparates y barras que te distraigan del objetivo en cuestión. Me gustaba ir al cine, caminar por la calle, no pensar en el aparcamiento... y entonces sí, llegar a una taquilla cuya cola está fuera del establecimiento, coger el ticket y entregarlo en la entrada. 
Me encantaba ver una única máquina de palomitas, lo suficientemente potente como para impregnarlo todo de maíz y sal... y me gustaba pensar en los gusanitos de tubo que tanto tiempo hace que no veo... 

Las PaLoMiTaS canadienses: si hay algo que me disgusta son las opciones tan malas... 
  1. Supermercados: por lo general tienen varios modelos... palomitas con mantequilla, con bastante mantequilla y con muchísima mantequilla. Me atrevería a decir que están en el número 1 del ranking... También podemos encontrar de caramelo y/o de caramelo y sal...Esto sin olvidarnos de las palomitas con queso. Si buscas palomitas con sal de toda la vida, sólo las puedes encontrar en un lugar.
  2. Cine: aquí tenemos dos opciones; por un lado las palomitas con mantequilla; por otro, palomitas sin nada... a las que tienes que añadirle sal, y entonces sí, es muy probable que necesites varias botellas de agua si no quieres morir en el intento de ver la película...
Por lo demás, el cine es como los que ya conocemos... aunque la última sala en la que estuve, los asientos se movían con lo más mínimo que hicieras, dando lugar a  un estrepitoso ruido de silla de abuela de Pasaje del Terror...



viernes, 6 de febrero de 2009

Sonriendo al frío


Hoy he salido sin gorro, he sentido el frío, la brisa del oxígeno. Hoy he mezclado la escarcha con la luz de la mañana. 


Entre semana, amanezco cuando aún es de noche, dentro se está bien, pero cuando salgo, en la esquina me espera una sorpresa, y aunque soy consciente de ello antes de salir, no deja de ser el sobresalto diurno... Entonces es cuando un pelotón de palabras malsonantes salen disparadas y van corriendo por mi mente... 

El frío de la mañana es el mejor despertador, la alarma de incendios más efectiva y el mensaje más positivo que me recuerda que estoy viva, que estoy en Vancouver y que es una suerte que mi cuerpo camine para positivar los números negativos que invaden el ambiente.


Hoy he salido con el gorro en la mano, no me he escondido dentro de la braga que me protege la garganta, no me he encorvado para conservar el calor.

Hoy he salido mirando hacia el frente, a la izquierda para contemplar el parque con el mar detrás, también para soñar con esas casas cuyos cimientos se bañan con la humedad del Pacífico. 


Hoy he salido y he disfrutado del frío, he observado a los deportistas que no entienden de estaciones y he sonreído.

Hoy he salido con el frío, cuando me estaba acostumbrando, he sentido punzadas en las orejas, parecía que se iban a caer, pero finalmente, han aguantado hasta la parada... y he sonreído cuando he visto que el autoús se estaba acercando.