domingo, 29 de mayo de 2022

La rivera plateada


   Llevo dos meses caminando sola y con la mirada puesta en el suelo. Cuando me voy acercando a Santiago doy la vuelta y me cruzo con los peregrinos que, como una colmena gigante, acuden a la miel para endulzar sus plegarias frente al Santo. A mí también me gustaría adentrarme en las callejuelas históricas que llevan a la plaza del Obradoiro, pero temo que el apóstol no apruebe mi visita y hasta podrían detenerme. 
   Cada noche bebo una copa de orujo y escribo en este diario. Soy consciente de que perderlo implicaría perder mi libertad. Pero no puedo dejar de escribir, es la única forma que tengo de desahogarme y, en cierto modo, de redimirme sin entregarme. Y cada día camino con el pánico soplándome en la nuca e intentando adivinar lo que me espera en el próximo albergue. 
   La primera vez que hice el Camino sentí que caminaba sobre una rivera de agua plateada y que la vida de verdad discurría por un cauce paralelo, con el agua turbia, arrastrándolo y engulléndolo todo como en esos desastres naturales en que las casas se rompen como si fueran de cartón. Me encantaría encontrar aquella rivera, pero esta vez estoy atrapada en el cauce paralelo que me arrastra hacia una presa de hormigón.
   Y todo por un estúpido accidente que ocurrió el dos de junio. Serían las cuatro de la tarde cuando yo conducía de vuelta por Los Montes de Málaga. Acababa de comer en un bar de carretera y una oleada de sueño estaba meciéndome en cada curva. En un parpadeo más largo de lo habitual un golpe fuerte sobre el capó me hizo frenar en seco. Bajé para ver qué había ocurrido y vi lo que jamás querría haber visto. Sobre el arcén yacía un hombre y junto a él, su bicicleta destrozada. Me acerqué. Estaba inconsciente. Pensé en llamar a una ambulancia, pero al comprobar que no tenía pulso, volví a subirme en el coche y escapé del lugar tan rápido como pude. 
   Los informativos de la noche abrieron con la muerte del ciclista y en mi cabeza retumbaron las palabras acusadoras que hablaban de atropello, de muerte y de huida. Cuando el reportero mostró las marcas del frenazo me tomé cinco tilas en el intento de bajar las pulsaciones y controlar mi ansiedad desbocada. Me obsesioné con que alguien me hubiese visto e imaginé a la Guardia Civil relacionando mi coche con la estela de caucho impresa en la carretera. Antes de que la cosa empeorase, apagué la tele, preparé una mochila con lo básico y abandoné la ciudad. No se me ocurrió mejor lugar para ocultarme que la rivera plateada, así que cogí el primer tren con destino a Madrid y, una vez allí, viajé en autobús a Tuy, en la provincia de Pontevedra. 
   Desde que inicié el Camino, tomé la decisión, sólo por ser precavida, de presentarme con un nombre falso a los peregrinos. De todas formas, evitaba entrar en conversación porque sospechaba constantemente de las personas con las que me cruzaba. Me obsesionaba la idea de que detrás de esas caras de sacrificio y de las conchas colgando sobre sus pesadas mochilas hubiera un policía, un detective o incluso un familiar buscando justicia. También salía a relucir la culpa. Yo no era merecedora de compartir ni un ápice de felicidad de quienes recorrían estos senderos. Por esa razón estuve sola hasta que conocí a Pilar.
  Yo caminaba con el alquitrán pegado a la suela en una etapa interminable de asfalto, deseando volver a pisar piedras y tierra. Aguantar la ola de calor de la que no se libraba ni Galicia estaba siendo parte de mi sacrificio. Serían las doce del mediodía cuando me encontré con una señora de unos sesenta años sentada sobre una roca que había al margen de la carretera. Cuando me acerqué vi que tenía los ojos cerrados. Le pregunté si estaba bien, pero no me respondió. Le toqué la frente. Estaba ardiendo. Saqué mi botella de agua y le mojé la cabeza. La señora reaccionó entreabriendo los ojos y le acerqué la botella a la boca para que bebiera. Estaba al borde de la insolación, así que la ayudé a incorporarse y nos apartamos de la carretera para resguardarnos bajo unos alcornoques hasta que el sol relajara sus fuerzas. Cuando Pilar consiguió recomponerse repetía una y otra vez que yo era su ángel de la guarda y que, de no haber sido por mí, habría muerto por deshidratación. Me habló de su marido y de cuánto lo echaba de menos. Me contó que había fallecido cinco meses atrás de un infarto y que era la razón de su Camino. Yo escuchaba a Pilar con atención y por unas horas la imagen del accidente quedó en un segundo plano. Aunque íbamos muy despacio, conseguimos recorrer los siete kilómetros que nos quedaban para finalizar la etapa. Cuando llegamos a Redondela nuestros caminos se separaron y nos despedimos con un abrazo sincero. Esa noche no escribí miserias en el diario. Y esa noche me prometí dejar de buscar noticias sobre el atropello del que sé que jamás podré olvidarme.
   Al día siguiente no me crucé con Pilar, de hecho, no volví a verla. 
  Yo continué sin revelar mi nombre a los peregrinos. Pero, pasé de caminar de espaldas a la vida a abrazarla ofreciendo mi ayuda a otras personas. Cada día caminaba con ese propósito. No me había dado cuenta antes porque había estado con la mirada puesta en el suelo. Pero, al levantar la mirada descubrí que cada día podía hacer algo por alguien. Sobre todo, escuchar a personas que caminan solas como Pilar, pero desean un rato de compañía. En realidad, son fáciles de reconocer. Son las personas que cuando te desean buen camino te sonríen manteniendo la mirada.







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miércoles, 29 de julio de 2009

El verano de Vancouver


Ya me advirtieron de la posibilidad de pasar calor en Vancouver, a pesar de que yo me empeñara en repetir que aquí no tienen noción de lo que calor significa. Si no han pasado por los primeros días de terral que el mes de junio abofetea a Málaga, si no han pasado por la feria de agosto y si no han visitado el interior de las provincias españolas, -sobre todo las del sur- en verano, no pueden hablar de calor.

Pero así es, después de un viaje -que prometo relatar próximamente-, hacia Rocky Mountains donde el frío y el calor intentaban compensarse, me encontré de vuelta, un 7 de julio, con una lluvia y un frío poco característico de lo que yo entiendo por mes estival. Más de una semana con unas nubes tontas que se llevaron consigo el moreno que había conseguido en una ola de calor que pasó por Vancouver. Mientras una parte de mí se cabreaba un poco... la otra, sin embargo, estaba contenta porque sería un verano único y diferente.

En verano, Vancouver es como cualquier ciudad en la que hay verano... eso sí, impredecible como él solo. Igual hay tres días de sol y calor que tres días de un nublado con reflejo otoñal.
Centrémonos en los días de sol y calor, esos días en que digo a los vancouveritas... ¡¡¡esto es verano para mí!!!
Bien, cuando el calor toma asiento, todas las playas se abarrotan de gente, sin sombrillas ni paletas, pero con platillos volantes y troncos en la arena.
En Kitsilano hay una piscina y es impresionante ver las colas que se forman aunque sean casi las siete de la tarde. Como en todos sitios, los helados y refrescos suben de precio y es la época en que la agenda cultural se colapsa de festivales y conciertos.

Cuando una ciudad tiene encanto, con cualquier clima tiene buena cara. Eso sí, cuando es el sol quien la abraza, no hay color... precisamente por la cantidad de color que predomina. Eso es lo que le sucede a Vancouver. Con el verano, la ciudad es aún más bonita; no obstante, si hubiera que mencionar algún punto negativo, es que el césped se pone amarillo. Porque... ¿qué gobierno va a invertir en aspersores para quince días seguidos, como máximo, sin lluvia? Suena a todo menos a inversión. Por eso, esta gente que por lo general se caracteriza por ser optimista, cuando ven la la llegada de las nubes se ponen hasta contentos pensando en lo verde que se va a poner el césped.

Disfruto del amanecer que empieza a las cuatro de la mañana, pero me quedo sin palabras con el atardecer a las nueve y pico de la noche, donde no importa si estás en una montaña, en una terraza o en una playa... Bueno, sí importa, porque cuando es en la playa quieres fotografiar cada segundo que pasa para quedarte con cada tonalidad. Y haces una foto, y después otra... pero la belleza que ven tus ojos es tan superior a la que la cámara refleja, que decides parar para que esos colores se queden en tu retina, retener cada movimiento del sol y respirar hondo en cada peldaño que baja, hasta esconderse en las montañas. Y es cuando me gustaría volver veinte minutos atrás para repetirlo una y otra vez...

Ahora sí puedo decir que merece la pena ver el verano de Vancouver, haber pasado tanto frío, interminables días de lluvia, niebla... ha merecido la pena pasar por el anochecer de las cuatro de la tarde, para ahora, verlo a las nueve y media de la noche sin gorro ni abrigo.

viernes, 26 de junio de 2009

Coldplay, embajadores del verano

Tras posponer en dos ocasiones a una de las bandas con más tirón de la escena internacional, Vancouver ha sido el escenario donde disfrutar del pop-rock con el que Chris Martin y sus tres colegas deleitan al gran público. 

1800 personas se concentraron en el GM Place y no para ver al equipo de Hockey, Los Canucks, que dos meses atrás se quedaron a las puertas del trofeo cuando Chicago los echó de la pista de hielo en semifinales.

Después de Snow Patrol, unos teloneros dignos de ser más que aplaudidos, la espera fue de 25 minutos; un marketing lo suficientemente efectivo como para movilizar a gran parte de los invitados hacia la compra de palomitas, hamburguesas, cervezas y cualquier cosa con tal de matar a la espera. Por supuesto, ir al baño, quizá el momento más duro, en el cual comprendes porqué son 25 minutos... y es que, había más cola que en la entrada del estadio. 

Con tanto barullo, escaleras, puestos de camisetas y mostradores de comida rápida, la espera no fue tan larga, y tal como dijeron los intérpretes de Chasing Car, los británicos subieron al escenario.

Coldplay tuvo desde el primer momento una buena puesta en escena y a pesar de haber estado detrás, la magia y la conexión con el cuarteto londinense se mantuvo intacta en cada canción, donde la voz poderosa de su vocalista parecía no tener fin. Si la apertura no destacó por su originalidad -un telón transparente que separaba a los músicos del público-, el tema con el que arrancaron tuvo suficiente calidad como para envolverte en dos segundos, Life in Technicolor.

Entonces, Clock apareció en escena, siendo hasta hoy la referencia de Coldplay, algo que en pocos años podría considerarse mítico. Hubo tiempo para todo, canciones del primer disco, lanzado en el año 2000, Parachutes; mayor espacio reservado para A Rush of Blood to the Head (2002); y X & Y (2005), el álbum más corriente de todos, que podríamos decir, cuenta con un gran tema, Fix You. Por supuesto, la calidad del último trabajo donde se aprecia la madurez musical a la que Coldplay ha llegado tras diez años en escenarios con grandes temas como Cementeries of London, Viva la Vida, y cómo no, una de las más destacadas, aunque no popular, Lost.

Era 21 de junio, y a pesar de que la temperatura y el cielo de Vancouver hablaban de abril, con Yellow, el verano llegó a la burbuja musical en la que nos encontrábamos; incontables globos amarillos fueron lanzados desde el escenario creando una danza al compás de la música entre el gentío. 

El espectáculo rodaba sin parar mientras el vocalista iba de un extremo a otro con una voz que jamás le abandonaba. Llegaron grandes momentos  para el piano con canciones rockeras como Politiks y otros más tranquilos pero de una intensidad irresquebrajable como 42, una de las mejores del último álbum. Y el gran momento llegó con la propina cuando tras despedirse, tocaron The Scientist, un tema que a día de hoy ya ha hecho historia.

Coldplay dio lo mejor de sí de principio a fin y el buen sabor de boca que dejaron en nuestros oídos también llegó a nuestras manos con la entrega del nuevo álbum a la salida del concierto.

Aquí dejo uno de los mejores momentos, Yellow


miércoles, 20 de mayo de 2009

Sunshine Coast, la otra orilla

A pesar de que Canadá es el segundo país mas grande del mundo y viajar a través de él, en ocasiones se encuentra entre el sueño y la pesadilla, no todo lo bonito está necesariamente lejos. Por otro lado, Columbia británica es mucho más que Vancouver, Whistler y el conjunto de ciudades conectadas por el tren de cercanías.

Una de las opciones que ofrece la costa del oeste es la posibilidad de alcanzar numerosos paraísos, pequeños lugares con encanto poblados de legendarios árboles, osos, granjas locales, pequeñas galerías y playas secretas.

Tras un bonito paseo de curvas con vistas al mar que recorren el oeste de la provincia de Vancouver, llegamos a la Herradura de Columbia Británica, tal y como su nombre indica, “Horseshoe Bay”. Si bien podemos disfrutar de un precioso parque con vistas al océano rodeado de espectaculares montañas, lo que realmente ejerce de imán es el ferry; y es que, aquí es donde podemos coger un barco para llegar a escenarios de una belleza abrumadora. A tan sólo 35 minutos navegando, llegamos a la Costal del Sol, “Sunshine Coast”. Aunque no predomine la biznaga ni en la dieta encontremos espetos de sardina, sin duda es un enclave digno de visitar.

En poco más de media hora, hacemos un viaje en el tiempo, nos alejamos del ruido, de las prisas, del estrés, de las bocinas, la polución y la cantidad de sin techos con los que Vancouver cuenta. En poco más de media hora, hacemos un viaje en el tiempo hacia un lugar lleno de paz donde se respira, casi intacta, la historia de la naturaleza.

El viaje, desde el comienzo estuvo repleto de aventuras y acontecimientos que hicieron la estancia más interesante. En primer lugar, la salida del barco no se efectuaba por la puerta de entrada, y Savio, -amigo y roommate- y yo, nos encontrábamos dando vueltas de un lugar para otro, mientras el ferry estaba prácticamente deshabitado. Cuando por fin logramos salir, tras una larga sucesión de coches que abandonan el barco tras los pasajeros que van a pie, perdimos el autobús. El siguiente llegaría en una hora y media y las posibilidades de caminar hasta Gibson, el lugar en el que íbamos a pasar la noche, no era la idea mas acertada. Por ello, cogimos el único taxi que había, era como si nos estuviera  esperando.

La carrera hasta el backpacker fue ni más ni menos que de 11 dólares, pero no estaba la cosa como para poner pegas. Pagué con un billete de 20 y el taxista pretendía quedase con el cambio…

Gibson es el primer sitio de interés con el que te encuentras una vez llegas a Sunshine Coast y el sitio que reservamos para dormir, Wynken Blynken Nod -recomendación de una amiga- tampoco se quedaba atrás. Lo primero que ves es la parte trasera del edificio, una gran casa de playa; tras seguir las pistas que parecían un juego de orientación, por fin logramos dar con la recepción. Entonces, la risa irrumpió con más fuerza que el escenario de océano e islas que la parte frontal del hostal ofrecía. La recepción estaba cerrada, pero en la puerta había una nota con una llave en la que la gerente comunicaba que se había ido a navegar en kayak y el lugar en el que estaba nuestra habitación. Cuando pensamos continuar con el juego de orientación, la chica en cuestión apareció para darnos la bienvenida, y entonces si, dar un paseo a remo.

Dejamos nuestras cosas en la habitación, un lugar romántico con una cama para dos y una cocina compartida por la que nadie pasó. Ambos espacios contaban con una ventana, cómo no, hacia el mar.

Salimos por la parte delantera y sonreímos por el encanto que ofrecía el paisaje. Encontramos un buen sitio para comer y la primera indicación que sólo una persona del área puede ofrecer. Con el descenso de la comida, nuestros pies ascendían por una colina bastante empinada que nos llevó a la carretera principal, Gibson Highway, donde se encontraba el cine y los grandes almacenes que robaban una parte del alma del pequeño pueblo de pescadores. Sin embargo, continuamos caminando hasta que nuestro sentido nos pidió cambiar la ruta, giramos hacia la izquierda, y nos adentramos en Pratt Road, una carretera interminable que desembocaba en el océano.

Aunque pensar en la playa, aparentemente era únicamente bajar en línea recta, resultó no ser tan fácil, pues numerosos caminos terminaban -la mayoría de ellos- en casas… Retomando el camino de la primera en la que nos metimos, una pareja de media edad nos preguntó si estábamos perdidos, el sí nos dio la respuesta acertada porque ahí fue cuando supimos de la existencia de la playa secreta. Supuestamente estaba a 200 metros, pero tras varios intentos fallidos, resultó ser poco más de un kilómetro.

Llegó el momento del descenso entre árboles, sombras, y el sonido de una ardilla que subía y bajaba por un tronco. Tras unas cuantas fotos, nos encontramos de frente con las escaleras que nos llevaron a la playa secreta… y ¡qué sitio! Desde allí pudimos contemplar diversas islas, montañas y nieve. Una playa en la que tan sólo había dos personas más. No sólo las vistas invitaban a quedarse en ese lugar de ensueño; la propia playa, de una belleza singular contaba con un tronco en la arena y unos espigones imposibles de ignorar donde las ganas de saltar se convertían en una energía de fuerza imparable. Rocas perfectas que habrán sido lugar de inspiración para mas de un artista de la zona y foráneos a lo largo del tiempo.

Cuando se está a gusto, moverse es más que una obligación, pero el atardecer nos ganaba en el tiempo y teníamos que encontrar el camino de vuelta, una carretera sin mucho tránsito, pero una carretera, al fin y al cabo. Sabíamos que llegar era cuestión de caminar, y mientras tanto, nos sorprendieron nuevos balcones que daban lugar a la misma panorámica, pero desde otra perspectiva y con otro color, esta vez más rosado que advertía de la proximidad de la noche. Tras una parada relámpago que nos hizo prometer regresar al día siguiente, llegar a Gibson tuvo su aquél, el camino nos llevó a una bifurcación que daba a otros dos y gracias a dos ancianos que pasaban por allí, pudimos llegar al pueblo.

Y entonces sí, tras cuatro horas y media caminando, nuestros pies se quejaban un poco y el estómago nos decía algunas palabras. El corazón de Gibson es una calle con algunas galerías, pequeñas tiendas y contados restaurantes y cafés. Rápidamente nos decidimos por un lugar llamado Chasters. Si el atún que tomé estaba bueno, para el postre no hay palabras; plátano y chocolate negro envueltos en un rollo con coco rallado.

Tras la cena, fuimos a por una cerveza, pero las escasas opciones nos hicieron continuar caminando hacia el muelle; el mar en calma, el silencio del agua, una imagen que cualquier retina congelaría en el tiempo. Cuando el frío llegó, volvimos al hostal y estuvimos relajados comentando el día y compartiendo historias. Y así acabó nuestra noche en Gibson, con el cansancio y la plenitud de un día mágico y completo.

 

 

 

 

 

miércoles, 13 de mayo de 2009

Cigarro para llevar


Comprar un cigarro en España siempre ha sido algo normal. El quiosco como primera fuente para aquellos que sentían la llamada de la nicotina y que, o bien porque el bolsillo no lo permitía o por la cantidad que consumían, compraban uno o dos cigarros sueltos. Siempre he pensado que podría ser algo incómodo llevar un cigarro suelto... y es que, me resulta paradójico el hecho de que algo tan dañino, sea tan endeble y pueda romperse tan fácilmente...

Ayer estuve con una amiga tomando una cerveza y después fuimos a dar una vuelta. Quiso pasar por una gasolinera para comprar un cigarro y cuál fue mi sorpresa al ver semejante presentación. No te dan el cigarro como si de cualquier cosa se tratara, viene protegido en una fundita, que digo yo que valdrá más que el propio cigarro...

En cualquier caso... me hizo mucha gracia

domingo, 5 de abril de 2009

Nieve de transición



Si hay algo que caracteriza el clima de Vancouver es la lluvia, quizá proporcional para alimentar el gran parque que compite con el tamaño del centro de la ciudad, Stanley Park. 

Desde el comedor de mi casa hay unas vistas espectaculares. El ventanal da paso a una postal desde la cual se puede apreciar el contraste de una ciudad con interminables edificios y el verde del parque que acabo de mencionar. La primera vez que tus ojos se cruzan con ese paisaje, parece como si esa inmensa arboleda fuese una isla en algún lugar...

Pero si hay algo que me gusta contemplar cada mañana, que le da sentido al desayuno, es el resultado de una noche lluviosa. Cuando las nubes se instalan en la ciudad, una inmensa niebla les hace compañía. Entonces es cuando la postal cambia por completo y lo que con tanta nitidez puedes ver los días soleados, queda en una suposición, insinuosa y preciosa suposición.

Me gusta subir las escaleras que llevan a la cocina y ver cómo amanece en Vancouver. Si la lluvia no está presente, significa que la indescriptible fotografía muestra todo lo anterior más un fondo montañoso. De las tres estaciones de esquí con las que cuenta la ciudad, se pueden ver dos de ellas, "Cypress" y "Grouse". 

A pesar de que el mes de abril de la bienvenida a la primavera, los días sean más largos y las flores coloreen y den forma a lo que hasta entonces era un escenario desnudo... Cada mañana continúa siendo una sorpresa. Vancouver está en transición, es cierto, pero eso significa que tras una noche lluviosa, cuando voy a desayunar... puedo contemplar una nueva nevada en las montañas del fondo de la postal. 

Y me gusta esa transición en la que vive la ciudad, ese no saber qué va a pasar; el frío, la lluvia, el sol, las primeras flores y el milagro que en esta época significa la nieve.

miércoles, 1 de abril de 2009

comunicación, IMPACIENCIA, incomunicación


Uno de los puntos negativos que tiene Canadá reside en las compañías de telefonía móvil. Cuando recibes una llamada, estás pagando. Si queremos darle la vuelta a la tortilla y otorgar un punto a su favor, podemos decir que es justo, pues las dos personas se benefician de una comunicación basada en el feedback. 

La cuestión es que si se paga a medias, es necesario que haya saldo en los dos móviles, cosa que no siempre ocurre. Entonces es cuando ves que lo que en un principio era un beneficio a medias, se convierte en una putada completa. -Eso sí, demos gracias de que los mensajes de texto lleguen sin necesidad de que el receptor tenga un duro-. 

El no poder contactar con alguien recuerda a aquellos momentos, -apenas unos años atrás, aunque hoy nos parezca algo tan lejano-, en que el aparatito de la cobertura no entraba en nuestros planes. Entonces, la paciencia era la clave principal. Quedábamos con alguien y esperábamos; no había duda de que esa persona vendría, sabíamos que sólo era cuestión de tiempo. Hoy, miramos al reloj con cara de indignación porque llevamos diez minutos esperando en una esquina y comenzamos a dar toques como si se hubieran olvidado de nuestra existencia. Hoy, la paciencia queda atrás, y exigimos la inmediatez. 

Antes salías de tu casa, sabías perfectamente la hora y el lugar. Lo que hoy tenemos que recalcar varias veces por si la otra persona no tiene saldo, se hacía de forma natural...  Ahora, salir sin teléfono, significa dejar tu sombra en casa y estar perdido. Aquí tengo un claro ejemplo de algo que me ocurrió recientemente:

El otro día quedé con un amigo que es bastante despistado. Dijimos la hora y el lugar, llegué dos minutos tarde y estuve esperando media horita sin resultado alguno. Él también estuvo esperando, pero en otra calle... Debido a que él no tiene saldo, lo mejor es mandar un mensaje. Claro que... si se deja el móvil en casa, ¡no funciona!

Nota: si quedas con alguien despistado en este país, no olvides preparar un plan B

martes, 24 de marzo de 2009

Esto sí que es amor


Ella apareció y lo impregnó todo con su luz. Ella llegó y encendió el sol cuando las nubes cubrían el cielo de Vancouver y la lluvia se mezclaba con el granizo y la nieve de los coletazos de un tardío invierno que a mediados de marzo se vuelve tedioso.

Risas, conversaciones infinitas.
Bromas entre comidas, cervezas y compras.
Café siempre acompañado de un dulce y la mirada de complicidad entre el quiero y no debo que acababa con un -"¡¡Qué más da!!"-

Desde mi habitación hasta un insuperable colchón de hotel, pasando por la pensión más barata para jóvenes viajeros, junto al pío pío de los luminosos que regulan el tráfico y al mismo tiempo alteran el sistema nervioso, cuanto más durante la madrugada...

Pasear en bicicleta y conocer a alguien de una forma tan repentina que te confirma que la casualidad no existe. Compartir conversaciones diferentes, estar en un lugar donde la gente llega, se queda un rato, se marcha. La luz va cambiando, el espacio se vuelve más intimo y esas tres personas miran el reloj sorprendidas, parece como si un duendecillo hubiese adelantado el tiempo.

La nieve y la niebla, el espacioso telecabina, el telesilla sin cabida para apoyar los pesados esquíes, a pesar de ser la estación más grande de Norteamérica. Carriles rodeados de una exuberante arboleda, atravesar bosques con unas tablas deslizantes, saborear el frío y caer en la nieve más pura.

Coger el ferry para visitar Victoria, la capital de la Isla de Vancouver.
Caminar, olvidar la batería de repuesto cuando más falta hace, aterrizar en una cervecería de ensueño.
Pasear, dar con otro lugar y probar un Bloody Mary tan fuerte que da para las tapas, la cena y el reposo... 
Probar la parte más dura de la cocina creativa, ves el plato, buscas la comida y el minimalismo te dice que lo que tienes delante no es un elemento decorativo... y tu estómago, que entiende más de hambre que de moda, se pregunta dónde acaba el arte contemporáneo y empieza la cara dura.
Reír a carcajadas entre conversaciones serias... estallar de felicidad por estar donde estamos.

Aunque pasar el cumpleaños en otro país tiene su encanto, pasarlo con la familia es como la nochevieja. Lo de menos es que te de tiempo a ingerir semejante cantidad de pelotas verdes; lo de más es poder abrazar a los allegados  y entrar con ellos en el nuevo año. En este caso, los regalos es lo de menos... lo de más es estar con gente especial. Me ha faltado mucha gente, pero cualquiera que la conozca, sabe que pasarlo a su lado, significa pasar un día muy especial. Que mi hermana me cantara cumpleaños feliz en Vancouver no se puede comparar con nada...

Y en este momento también recuerdo a mi madre, porque sin ella muchas cosas de mi vida, la mayoría de ellas, no serían posibles... y su forma de sorprender, siempre por delante de cualquier idea que uno pueda hacerse, aun conociéndola... nunca es suficiente. Siempre encuentra la forma de dejarte con la boca abierta... Al regresar a mi casa, había en la puerta un ramo con 24 rosas, las más grandes y preciosas que haya podido ver jamás... junto a ellas, una caja de bombones y unas palabras que te dejan sin palabras. Leer algo de ella es paralizar el tiempo para reanudarlo con una fuerza imparable.

Podría seguir escribiendo y escribiendo, contando anécdotas y grandes momentos.
Rocío se ha ido, pero el cúmulo de energía que ha dejado en este cuarto y en esta ciudad es tan fuerte que por más que se aleje, su presencia permanece.

Gracias por tantos momentos...

miércoles, 25 de febrero de 2009

Cine y palomitas...


Es cierto que lo que hoy en día se lleva es un conglomerado de cemento muy bien decorado -según del que hablemos- destinado a un target múltiple: pandillas, familias, parejas, independientes... 
Estos sitios suelen ser grandes superficies, un pack gigante que cuenta con: centro comercial+cines+restaurantes+guardería+bolera+café+copas. 
Si hay algo claro en todo esto es que lo que en un primer momento pasó a ser un gran súper mercado, se fusionó con la diversión dando lugar al centro comercial y de ocio tan querido y requerido en nuestros días.  

En Vancouver no está tan de moda el gran pack, ya que podemos encontrarnos con cines sin que éstos sean un añadido del centro comercial. Y aunque he de reconocer que en un principio me resultó un poco chocante ver tantas tiendas y restaurantes sin ninguna indicación de dónde se encuentra la zona destinada para la gran pantalla... en el fondo, tiene sentido.

Yo echo de menos ir al cine de toda la vida, ir a una sala como algo exclusivo sin tener que pasar por numerosos escaparates y barras que te distraigan del objetivo en cuestión. Me gustaba ir al cine, caminar por la calle, no pensar en el aparcamiento... y entonces sí, llegar a una taquilla cuya cola está fuera del establecimiento, coger el ticket y entregarlo en la entrada. 
Me encantaba ver una única máquina de palomitas, lo suficientemente potente como para impregnarlo todo de maíz y sal... y me gustaba pensar en los gusanitos de tubo que tanto tiempo hace que no veo... 

Las PaLoMiTaS canadienses: si hay algo que me disgusta son las opciones tan malas... 
  1. Supermercados: por lo general tienen varios modelos... palomitas con mantequilla, con bastante mantequilla y con muchísima mantequilla. Me atrevería a decir que están en el número 1 del ranking... También podemos encontrar de caramelo y/o de caramelo y sal...Esto sin olvidarnos de las palomitas con queso. Si buscas palomitas con sal de toda la vida, sólo las puedes encontrar en un lugar.
  2. Cine: aquí tenemos dos opciones; por un lado las palomitas con mantequilla; por otro, palomitas sin nada... a las que tienes que añadirle sal, y entonces sí, es muy probable que necesites varias botellas de agua si no quieres morir en el intento de ver la película...
Por lo demás, el cine es como los que ya conocemos... aunque la última sala en la que estuve, los asientos se movían con lo más mínimo que hicieras, dando lugar a  un estrepitoso ruido de silla de abuela de Pasaje del Terror...



viernes, 6 de febrero de 2009

Sonriendo al frío


Hoy he salido sin gorro, he sentido el frío, la brisa del oxígeno. Hoy he mezclado la escarcha con la luz de la mañana. 


Entre semana, amanezco cuando aún es de noche, dentro se está bien, pero cuando salgo, en la esquina me espera una sorpresa, y aunque soy consciente de ello antes de salir, no deja de ser el sobresalto diurno... Entonces es cuando un pelotón de palabras malsonantes salen disparadas y van corriendo por mi mente... 

El frío de la mañana es el mejor despertador, la alarma de incendios más efectiva y el mensaje más positivo que me recuerda que estoy viva, que estoy en Vancouver y que es una suerte que mi cuerpo camine para positivar los números negativos que invaden el ambiente.


Hoy he salido con el gorro en la mano, no me he escondido dentro de la braga que me protege la garganta, no me he encorvado para conservar el calor.

Hoy he salido mirando hacia el frente, a la izquierda para contemplar el parque con el mar detrás, también para soñar con esas casas cuyos cimientos se bañan con la humedad del Pacífico. 


Hoy he salido y he disfrutado del frío, he observado a los deportistas que no entienden de estaciones y he sonreído.

Hoy he salido con el frío, cuando me estaba acostumbrando, he sentido punzadas en las orejas, parecía que se iban a caer, pero finalmente, han aguantado hasta la parada... y he sonreído cuando he visto que el autoús se estaba acercando.


martes, 16 de diciembre de 2008

Tres días, 300 artistas


Vancouver cuenta con una vida cultural que hay que saber apreciar y sobre todo, encontrar. No es tan fácil como en las grandes ciudades donde antes de llegar, sabemos lo que hay y lo que no. Quien va a Madrid y está interesado en el arte con que esta gran capital cuenta, sabe antes de aterrizar que El Prado es uno de los emblemas más visitados.
He oído en más de una ocasión que el museo no es para tanto y la verdad es que discrepo un poco, pues no se puede visitar la gran pinacoteca como el que pasea por el Retiro. Si bien es cierto que cuando uno va quiere verlo todo, esto puede ser un gran error, aunque tambien hay que tener en cuenta el grado de afición y las ganas que uno le ponga.
Lo mejor, por tanto, es ir al grano. Dar un paseo está bien, pero entrar en todas las salas puede convertirse al final en un laberinto, porque en un primer momento, casi todas las obras llaman al acercamiento, conocer el autor, cuándo se pinto, los materiales, saber un poco el contexto. Eso está bien, es una sensación agradable, pero es mejor quedarse corto que observar demasiado, porque llega un momento en que miramos, miramos, pero ya no vemos nada, y lo que en un principio nos interesaba casi pasa desapercibido... tal es la borrachera que llevamos de formas geométricas con personas y paisajes...

Si buscamos un poco de información sobre Vancouver, nos encontramos con El museo de Ciencias y el Antropológico como base inicial. Lo bueno es que, una vez aquí, ves que no sólo es eso, y además de las galerías convencionales, hay que estar con los ojos bien abiertos por si hay algún evento que no queremos perdernos. La familia también juega un rol importante, siempre va a saber más acerca de la ciudad que cualquier estudiante.

Uno de los acontecimientos más destacables es el "Eastside Cultural Crawl". Se trata de un festival anual en que artistas de la zona este de Vancouver, trescientos para ser exacta, abren las puertas de sus estudios durante tres días para todo aquel que quiera visitarlo. Aunque los precursores comenzaron en 2004, cuando cuatro artistas abrieron sus estudios; el encuentro se torna oficial en 1997 con la participación de cuarenta y siete artistas. Cada año se van sumando más y más como podéis comprobar.

En este festival pasa un poco como lo que he comentado de El Prado. Es imposible verlo todo en tres días, así que lo mejor es moverse por zonas o tener muy claro qué es lo que te interesa, saber dónde está y hacerte una buena ruta. Aunque lo que más predomina es la pintura, también cuenta con cerámica, fotografía, escultura...

domingo, 14 de diciembre de 2008

Ahora, nunca a deshora


Cuando llegamos a un sitio nuevo, a veces, dejamos que en unas semanas, la magia se esfume. Vemos otros lugares, pero no con la misma expectación que cuando nuestros zapatos estrenaron el suelo...

En los momentos en que me acostumbro a algo, mi consciencia se activa para recordarme que aún hay mucho por conocer, muchas calles por recorrer... y uno de esos momentos llegó cuando salí de la clínica. Puesto que iba con la idea de que las noticias serían buenas desde la noche anterior, que la doctora me dijera que no había nada roto, no me sorprendió mucho. Cierto es que una parte de mí estaba algo intranquila, pues nunca se sabe...

Con el 100% de la balanza en positivo, salí de la clínica con una amplia sonrisa. Las nubes habían abandonado Vancouver, y el cielo, azul, abierto para el sol, llenaba de vida a esta ciudad. Caminé por el tramo de una calle que nunca había visitado anteriormente y llegué a una zona que se llama
False Creek, es bastante amplia y la anduve tres semanas atrás, pero justo esa parte, no.

Hablé con mi madre para comentarle el resultado de la cita, mis noticias eran buenas, pero no lo que escuché al otro lado del teléfono. Molly, nuestra perrita, después de pasarlo mal, se ha tenido que marchar... Aunque en ese momento me puse muy triste, pensé en todo lo bueno que me estaba ocurriendo. Estar en donde quiero, que finalmente no me haya partido el dedo, la suerte de poder ir en navidades a Málaga, el SOL...


Seguí caminando, componiendo los pensamientos de colores positivos. Aunque el día era frío, yo no lo sentía... la estrella amarilla calentaba los pantalones negros -que si bien en verano es lo menos recomendado, en invierno es la mejor elección-.
Me iba fijando en todo lo que veía a mi paso, fotografiando con la mente aquello que más me gustaba y un nudo en el estómago reflejaba lo emocionada que estaba. Molly ya no va a sufrir más, las navidades están muy cerca, lo que me rodea es precioso, ¡estoy en Canadá!

A veces adelanto un pie, después otro, no pienso, sólo voy.

A veces camino, adelantar un pie significa avanzar.
A veces basta con observar lo que me rodea y cuando me quiero dar cuenta, paro en seco, miro hacia atrás y veo cuánto he caminado.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Eso está partido...


El martes por la tarde estaba en la escuela esperando a que unos amigos arrancaran para ir a tomar una cerveza. Hay quienes acaban esta semana su estancia en Vancouver, con lo que hay que aprovechar al máximo...

Después de consultar el correo, las noticias, tuenti, facebook y escuchar música; salí a la sala central, el núcleo de la escuela. Hay una mesa de billar... y haciendo lo que no debía hacer... es decir, deslizar las bolas bruscamente con tres personas más, tuve la mala suerte de recibir un golpe bastante fuerte en el dedo meñique de la mano derecha. Vi las estrellas, pero pensé que sería algo momentáneo...
Pasaron las horas y el dolor persistía...


Al día siguiente amanecí con la tercera falange morada y como algo me rozara esa parte del dedo... mejor no pensarlo.
¿Qué sucede con la gente cuando nos pasa algo?

1) El "Eso no es ná": A mí me pasó lo mismo, eso con un poco de hielo se pasa, estarás un poco molesta, pero no tienes porqué preocuparte.
Te acabas de dar el golpe, estás rabiando, pero por el momento sólo está un poco inflamado. No sabes si quedarte con las experiencias de los demás o empezar a pensar en buscar una solución más fidedigna.


2) La persona cauta: "Bueno, no tiene muy buena pinta, pero por lo que puedo ver, es una falange que si se te ha roto, no te van a tener que poner escayola. De todas formas, estate tranquila, ve al médico a ver qué te dice."
Ésta suele ser la persona que acierta, la que sí sabe algo del tema. La que piensa antes de dar sus argumentos acerca del incidente y las posibilidades que tiene la zona afectada en cuestión.

3) El médico pesimista o masa:
Lo más popular es la opinión fundamentada en lo que se ve y en la certeza de la intuición que surge al ponerse en lo peor: "Uyss.... por lo morado que está, yo creo que te lo has partido... sí, sí... no te lo puedo asegurar porque no soy médico, pero casi seguro"
Entonces es cuando piensas... "pueden tener razón, es verdad que está muy morado. Uf... y en 10 días voy a Málaga, ¿cómo voy a preparar todo y cómo voy a tirar de la maleta con la escayola?"

4) La verdad absoluta: Después de un duro golpe y dos cervezas, llega una a la casa de la familia canadiense. Como en principio no le quiere dar demasiada importancia, no dice nada. Pero cuando al día siguiente se lo ve, un poco pesimista se lo muestra a la señora de la casa, y ésta, antes de escuchar, tan sólo viéndolo, muy convencida y sonriendo, dice: "Te lo has partido".
Entonces, piensas en el seguro médico, es el momento de contactar y comprobar si es verdad que tienen cobertura internacional.

Tras llamar a Sanitas y explicar mi caso y el lugar del mundo en el que me encuentro, me dicen que en una hora me llamarán, que van a buscar una clínica a la que pueda ir en Vancouver.
Después de una hora y cuarto de espera, recibo una llamada de una chica muy amable que trabaja para Sanitas en Toronto. Vuelvo a explicar el caso... y espero hasta que da con el sitio al que puedo ir... Me dan cita para el día siguiente, estoy tranquila y pienso que en el peor de los casos, se trata del meñique... podría ser peor,,, el índice, dos dedos, un tobillo...

Por la noche, me toco la unión de las tres falanfes y cuál es mi sorpresa al comprobar que no rabio de dolor. Comienzo a mover el dedo y veo que puedo acercarlo hacia la palma de la mano, despacio y con cuidado, debido a lo hinchado que está... Sonrío y convencida pienso que, definitivamente, ningún hueso ha debido hacer "crash" dentro de la cúpula morada en la que se ha convertido el meñique y también pienso en la persona del segundo ejemplo, en lo acertada que creo que está.

...Y vuelvo a sonreír...

domingo, 7 de diciembre de 2008

La casualidad y la intención


La suerte, la mala suerte, el por los pelos, el casi, el azar. La realidad, como una moneda, tiene dos caras. Por un lado, la tuya, por otro, la de los demás...

Vas a la parada de autobús, a ciegas horarias, no sabes la frecuencia con la que pasa, no sabes si llegarás al mismo tiempo, un segundo antes o dos después... y sólo te queda pensar antes de girar la calle que ojalá lo veas en la parada que precede a la tuya...
Quieres cruzar la carretera, el autobús está a unos metros, quieres cruzar pero algo te lo impide,;los coches con un carril para cada sentido, uno que va, otro que viene, y entre tanto, la lluvia. Entonces, calculas el espacio entre vehículos, sabes que te da tiempo a ir al otro lado, y cuando lo estás haciendo ves que el autobús parece que está en una carrera y pretende hacer de la parada un bonus para ganar tiempo y con suerte, llegar un segundo antes a cada una de las siguientes estaciones para vencer y llegar al punto final sin pasajeros.
Haces señales de humo, está lloviendo, pero tu paraguas, horrible como es, siendo la garantía de que no se te va a perder ni nadie te lo va a robar... se abre y se cierra, mientras tus brazos se alzan pidiendo auxilio para no perderlo y así llegar puntual...
Pero no hay nada que hacer, el conductor te mira y no para porque te has quedado a cinco metros de la parada... y tú, ahora con los bajos de los vaqueros mojados, notando cómo te cala por dentro, después de los nefastos malabares, te relajas y te preguntas: ¡-¿Por qué coño no ha parado!?- Pero no hay respuesta y te quedas pensando en lo injusto que ha sido, que por dos segundos te hayas quedado en tierra... ¿qué habría sucedido si tu día hubiera comenzado un minuto antes? ¿qué habría sido si al salir de casa, no hubiera estado lloviendo y por consiguiente hubieras ganado el tiempo que perdiste sacando el paraguas y abriéndolo?

Y llega el momento de regresar. Sigues sin saber el horario, la lluvia es más persistente, pero tampoco vas con mucha prisa, tan sólo tienes que llegar a casa, y con la que está cayendo, te gustaría ahorrarte el diluvio en la caminata que hay desde la parada a tu puerta.
Esperas, esperas, confías en que no quede mucho para que llegue, que ojalá no haya pasado el último.. Piensas que por lo menos ahora estás en la parada y el conductor no va a poder pasar de largo, que ahora ganas tú la carrera. Piensas en la suerte, la mala suerte, el por los pelos, el casi, el azar. Piensas en los momentos en que has llegado al mismo tiempo, en los que te has quedado en tierra por un segundo, en los que te has quedado esperando una hora... en la de veces que has maldecido al transporte público... y sabes que lo que para ti es un juego o una putada, según se mire... para otra persona no es más que un trabajo con un horario fijo... que lo que para ti es incertidumbre, para otra es rutina. Que lo que para ti es casualidad, para la otra es intención... Digo intención porque lo de la casualidad y causalidad es algo que está tan manido que ya pierde la gracia... y cuando se abusa tanto de un registro como ése es que nos hemos quedado sin opciones y nos convertimos en simples jugadores de palabras muertas...

jueves, 4 de diciembre de 2008

Isla de Vancouver (Victoria)


Viajar por Canadá no tiene nada que ver con hacerlo por cualquier país de Europa. Teniendo en cuenta que es el segundo estado más extenso del mundo -precedido únicamente por Rusia-, es fácil hacerse a la idea...
Uno de los destinos que más me llama la atención es Montreal, pero basta mirar en un mapa para saber que se tarda prácticamente lo mismo en llegar a la Francia de Norteamérica que desde ese punto a Frankfurt, con lo que la aventura queda más en un comentario anecdótico que en una realidad. Poco más de cinco horas en un avión y has llegado a Montreal... ¡como para ir de mochileo en un autobús!
Está claro que el país ofrece más destinos, pero cercanos no hay muchos.

Me pareció muy curioso, hace unas semanas una profesora que tiene familia en Calgary, provincia de Alberta -donde el frío congela el tiempo- iba a ir a pasar unos días. Le pregunté si se tardaba mucho en llegar y me dijo: -No, sólo una hora y poco en avión. Fue muy gracioso, teniendo en cuenta que lo comparo con España... donde en poco más de una hora vas de Málaga a Barcelona por transporte aéreo y si alguien nos pregunta, decimos que está lejos. Pero aquí, eso no es distancia, claro... si tenemos en cuenta que lo de viajar en coche es casi una broma.

Vancouver disfruta del buen tiempo gracias a "Isla de Vancouver", la más grande de la costa oeste de América. Entre ambas orillas se encuentra el Estrecho de Georgia.
Por eso mismo, no sólo tenemos la opción de visitar grandes capitales y cadenas montañosas rodeadas de hermosos lagos.
En esta isla se encuentra la capital de Columbia Británica, "Victoria". Recibe este nombre por la que fue reina de Canadá y Reino Unido entre 1837 y 1901.

Cuando le dije a mi familia canadiense que estaba pensando en ir a la isla, pero más adelante porque sabía que haría sol, me dijo que ni se me ocurriera, que mis planes no pueden depender del tiempo. En eso tienen razón, la cuestión es que no me equivoqué de día sino de estación. Teniendo en cuenta que tienes que coger un autobús para ir al ferry y entonces, partir rumbo a la isla, te queda un viaje muy largo que es mejor posponer para el verano. El sitio en sí es muy bonito y da tiempo a visitarlo en un día.

Partí con dos amigas rumbo a la isla a media tarde, pero cuando nos subimos en el autobús para hacer todo lo que acabo de contar, ya era de noche... cinco de la tarde con el cuerpo de once de la noche...
Nada más llegar, nos dispusimos a buscar el albergue en que nos íbamos a quedar. El sitio en sí merecía mucho la pena, tanto el personal como las instalaciones y los clientes, todos jóvenes, proporcionaban un clima muy relajado y distendido. De las paredes colgaban cuadros con colores muy vivos; los pasillos y las puertas me recordaron un poco a la academia de arte de Caótica Ana.
Puesto que habíamos cenado en el barco, decidimos tomar una cerveza en el bar del albergue, donde esa noche tocaba música en vivo. He de reconocer que la voz del cantante no era muy allá, pero el conjunto en sí, con los amigos aplaudiendo y bebiendo, quedaba gracioso. Estaban como en casa y no tenían que mostrar nada a ningún público, sencillamente tocaban para ellos.
Para una vez que sólo queremos beber una cerveza y no comer nada... por el mismo precio tenías una tapa... así que nada, comer, comer y comer...
Ya que pretendíamos madrugar y la noche no estaba como para dar paseos... nos fuimos a dormir.

Amanecimos en Victoria con una mañana fría y nublada que amenzaba con lluvia. Tras el desayuno, nos dispusimos a recorrer el centro de la ciudad. Me gusta caminar observando todo lo que veo a mi paso, sobre todo cuando se trata de un sitio al que voy por vez primera y problablemente no vuelva a pisar. En un primer momento, no había mucho movimiento ya que era un día festivo, "Remembrence Day", fecha señalada que tiene lugar el 11 de noviembre y en la que recuerdan a todos los fallecieron en las dos guerras mundiales.

Tras encontranos con un desfile y ver el exterior del edificio legislativo, seguimos descubriendo la ciudad. Nos encontramos con una oficina de turismo y vimos que la mayoría de los lugares de mayor interés estaban cerrados. Por otro lado, la opción de visitar los jardines quedaba un poco a un lado, pues a mediados de noviembre no es una buena fecha para ver flores.

Al salir nos encontramos con un hombre muy simpático que por 10 dólares (cada una) nos dio un paseo en su pedicab, y la verdad es que fue la mejor inversión que pudimos hacer en la isla. Nos llevó hacia el barrio chino, nos dio varias fechas de los edificios históricos y los lugares más emblemáticos, también del bar más antiguo -al que por supuesto quise ir después, pero estaba cerrado-. No obstante, pude ver algo a través de la ventana y suponer que las paredes y la fachada son las mismas, pero que el lugar en sí, con los años se ha convertido en un restaurante de lujo.

A pesar de que no salió el sol y el frío era indescriptible, no nos llovió. Sin embargo, tengo la intención de volver cuando haga buen tiempo para así poder visitar los jardines, y por supuesto, el museo de B.C, el más imporante de toda la región. Tengo ganas de verlo, entre otras cosas, porque en este momento está cerrado el museo de Antropología de la universidad y es el único sitio donde se puede encontrar información acerca de las primeras naciones de Canadá.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Y nos lavamos las manos...


Las soluciones, a menudo, dejan bastante que desear...

Después del capítulo del Consulado, fui a la escuela para contar todo lo que había pasado. Quería una explicación y sobre todo, una solución. En un primer momento, estaban más sorprendidos que yo, al parecer siempre lo hacen de esta forma... los alumnos pagan antes de obtener el visado.

Me dijeron que mandarían una carta al Consulado para decir que han cometido un error y me tendrían que haber dado el visado. Entonces, si accedían... no tendría que ir a Seattle, pero sí a la frontera a recoger el permiso...

Al final me han dicho que no lo pueden hacer, con lo que deduzco que la gente que ha hecho lo que yo, tenía pagado el curso para estar seis meses, pero antes de pagar más, han solicitado el visado...Total, que se lavan las manos...

Después de esta deducción, las cosas me siguen resultando extrañas... hay un chico mexicano en la escuela que ha conseguido una visa para estar un año después de haber pagado el curso...¿por qué no me la dieron a mí? ¿es posible que un mal día de un funcionario te arranque un derecho?

Las opciones que me ofrecían (por decir algo);
  1. volver en marzo
  2. enviar la documentación a París
  3. volver a solicitar el visado en Seattle
  4. pasar del visado: puedes estar seis meses, entonces, volver a tu país y regresar a Canadá; al llegar al aeropuerto te vuelven a sellar para estar otros seis meses
La primer opción estaba descartada; no pienso volver en marzo cuando mi intención es hacer unas prácticas.

La segunda no me queda muy clara, pues eso lo tengo que hacer cuando esté en España y no es que la navidad sea la mejor fecha para que París conceda nada.

No pienso volver a pisar el país vecino en no sé cuánto tiempo... es una situación tan incómoda que se me quitan las ganas... la verdad...

Pasar del visado es lo mejor... Lo único negativo de este punto es que quería quedarme hasta finales de julio, principios de agosto... y va a ser my complicado. En marzo haría los seis meses en estas tierras, pero en navidades estaré en Málaga y cuando vuelva comenzará otra vez la cuenta atrás hasta completar de nuevo los seis meses (así que acorto la posibilidad de estar por dos meses más...)
El 19 de enero empiezo un curso para prepara el First Certificate, así que llegaré uno o dos días antes y así me quedo hasta el 19 de julio...

Lo mejor: estaré más tiempo en Málaga
Lo peor: desconexión por más de tres semanas con el inglés

martes, 18 de noviembre de 2008

Visado, el nuevo deporte de riesgo


Tras subir en una escalera mecánica a la primera planta de un edificio, atravesamos una puerta de cristal. Allí se encuentra un policía que dice:

-Lo que buscáis está en la sexta planta, pero hasta las 7:45 no podéis subir-.
-De acuerdo, gracias-. Volvemos a salir por donde hemos entrado y esperamos.
-No, tenéis que esperar abajo-

Con cara de no entender nada, volvemos a bajar en la escalera mecánica y esperamos en el hall durante unos quince minutos.

¡Bienvenidos al Consulado de Canadá en Seattle!


Si eres de Europa no tienes tantos problemas para estar en EEUU y Canadá como los que proceden de Centro o Sudamérica. Lo único que has de saber es que tienes permitido quedarte seis meses como turista, -eso implica que puedes estar en una escuela, pero no puedes trabajar-. Si quieres estudiar por más tiempo o conseguir un empleo, has de solicitar la visa correspondiente. Viajar a Canadá para estudiar inglés es un destino muy acertado, sobre todo si eliges una ciudad como Vancouver. Siempre que pensamos en este país norteamericano, lo primero que se nos viene a la cabeza es el frío que hará en invierno, los interminables días de nieve, las noches tan largas y la imposibilidad de salir a la calle por las extremas temperaturas que oscilarán entre noviembre y febrero. Y por si fueran pocas razones, siempre queda pensar en lo lejos que está... En realidad, Canadá, siendo un país tan grande, alberga varias posibilidades. Vancouver, situada a orillas del Pacífico ofrece un otoño frío y lluvioso, pero ambos son soportables. Además, el hecho de que llueva con tanta frecuencia hace que disfrutes y agradezcas los días soleados más que en España.

7:45- De nuevo la escalera mecánica, la puerta de cristal, y finalmente, el ascensor. Tres personas-contando conmigo- nos dirigíamos hacia el consulado; mientras una cuarta iba hacia la octava planta. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que no hubo parada, el ascensor pasó de largo... y entonces, el que había logrado llegar a su destino nos dijo que hacía falta una llave para que el ascensor funcionara antes de las ocho...
Estuvo muy bien encontrar a dos personas non gratas en tan poco tiempo... Menos mal que alguien había llamado a la máquina que sube y baja y y por fin, llegamos a nuestro punto de destino...

Cuando llegas al consulado, tienes que pasar por un control... Que si la chaqueta, la mochila, el móvil... es como prepararte para viajar y quedarte en tierra, ya que sólo vives lo inseguro y lo incómodo de la situación.
Lo primero que tienes que hacer es coger número, y entonces, sólo queda lo mejor, esperar...
Dado que me llamaba "12", la espera no fue muy larga, lo justo para mirar a mi alrededor, una habitación con una luz opaca, fría, enferma; y un clima tenso. Sobre todo porque hay un policía dando vueltas y mirando continuamente como si estuvieras haciendo algo malo, como si fueras a atacar en ese espacio canadiense que se encuentra en el país vecino.

Después de revisar la documentación, contar el dinero una y otra vez, pienso que después de todo, nada puede ir mal. Tanto con el chico mexicano que conocí en el autobús, Daniel; como con la española que acababa de encontrarme, el tema de conversación estaba dedicado en cuerpo y alma a la visa.

Y por fin, el panel luminoso llama a "12"; me dirijo a la ventanilla 3, y le doy la documentación a una señora no muy simpática que se encuentra al otro lado. Me dice que me falta rellenar algo, y por ese mismo motivo tengo que volver a coger número...
Ahora me llamo de otra forma, soy "30", aunque suene más lejano, es más redondo, y quién sabe, quizá de suerte... ¡No! en realidad me entró un cabreo importante que guardé para mí por tener que volver a la "máquina bautizadora" de nombres instantáneos.

Espera, espera, espera... los números ya van desordenados y el consulado se convierte en la tómbola más lenta de la historia. Y entonces, llaman a 30 y corriendo voy a la ventanilla 4, entrego la documentación, y aún faltan dos cosas por rellenar... tan sólo tengo que escribir una palabra y una fecha, que es el tiempo que puedo estar en EE.UU... menos mal que me dejaron completarlo al instante.

Cuando por fin todo parece funcionar, me da un papel en el que tengo que rellenar dónde he estudiado el bachillerato y la universidad con sus corresponientes años. Más abajo, los viajes que he realizado en la última década, cuándo, dónde y por qué.
No pasa nada, tengo tiempo, no sé cuándo van a volver a llamarme para pagar el visado... espero, espero, espero... y 30 vuelve a aparecer en el panel. Esta vez me recibe una señora mucho más simpática, le doy los 105 Usa dollars y me responde agradecida y deseándome una buena mañana. ¡Esto es otra cosa!

Entonces, vuelvo a tomar asiento, y espero, espero, espero...miro las advertencias que cuelgan de la pared:
-No comida (podrían dejarte, con todo lo que esperas, entra hambre)
-No teléfonos (estaría bien para ir avisando a la familia, amigos...)
-No pistolas (está de más que haya que dejarlo por escrito y no se de por hecho, cuando lo lees, no sabes si reír o llorar.)

Si había olvidado la razón por la que no quería estar en EE.UU, el recuerdo viene tan rápido como una bala -nunca mejor dicho-. Lo siento, pero vivir en un país donde es más fácil obtener un arma que un visado, no es mi estilo.

Quiero ir al baño, pero espero por si acaso me llaman, y el tiempo pasa... lento porque mi número no es requerido; rápido porque hay que coger el autobús para regresar a la tierra prometida. Nunca antes había tenido tanto sentido como en ese momento "Quien espera desespera". En ese tiempo, la cabeza sigue dando vueltas, imaginando cómo será entrar en una de esas habitaciones, si será igual de frío que entregar la documentación; si habrá una persona educada, si será simpática, si tendrá un mal día. También si la decisión de concederte el permiso está tomada o si el azar juega hasta que tu número entra y cierra la puerta.

Voy al baño y Murphy aplica su ley. Menos mal que el chico mexicano, Daniel, llamó a la puerta para avisarme... después de estar más de una hora esperando para la última fase, ¡LA ENTREVISTA!

-Hola
-Hola
-Estás estudiando en Canadá
-Sí
-Estás haciendo un programa que finaliza en julio
-Sí
-No puedes hacer eso.
-Con cara de sorpresa, -¿por qué?
-Has pagado un curso que dura más de seis meses antes de obtener la visa. Has estado estudiando ilegalmente en Canadá.
-No, no, la escuela me dijo... hay muchos estudiantes que hacen lo mismo que yo
-No, las reglas son muy claras, y tu escuela debería saberlo
-Yo vine para seis meses y estando aquí decidí quedarme más tiempo, la escuela me dijo...
-No, te puedes quedar hasta marzo.
-¿No hay ninguna solución, nada que se pueda hacer?
-No, en marzo te vas

En ese momento, un millón de cosas me pasaron por la cabeza, sobre todo porque me gustaría haber dicho lo que no se puede decir. Me hubiese encantado hablar acerca de la cantidad de gente ilegal que tienen en el país, el incontable número de personas que vive en Vancouver sin techo, pidiendo, bebiendo, fumando y drogánose un día tras otro...
Me hubiese gustado decir lo que pensaba acerca de la razón por la que no me concedían la visa, que más estúpida no podía ser... tan sólo porque pagué el curso antes de obtenerla... ¿es un motivo tan significante? ¿un error tan grave? puedo estar seis meses y tan sólo llevo dos, ¿cómo va a ser un mal momento para prolongar mi estancia?

En ese momento supe cuánto me gusta Canadá y su gente, pero cuánto odiaba al consulado, como en cualquier país... es lo peor del gobierno, y me entristecía un poco pensar que ese espacio de Canadá en otro estado era tan diferente a lo que conocía...

Y pensaba en mi familia, en lo mal que lo pasaría si comunicaba la noticia. En las caras que tendrían si estuvieran conmigo en ese momento, en el abrazo que me darían, en las palabras de consuelo. También pensé en lo disgustados que estarían con la situación. Y entonces, decidí no decir nada hasta hablar con la escuela y tener una respuesta. No quiero que se preocupen estando tan lejos.

Sólo me queda pensar que los que trabajan ahí también son números, un día tuvieron que serlo para obtner ese trabajo... y se lo tomaron tan en serio, y se lo creyeron tanto... que renunciaron a ser personas para ser una cifra hasta que mueran. Números que firman, que sellan, que conceden y deniegan... números vestidos de jueces; pero números al fin y al cabo...

Cuando llegué a la frontera, las preguntas fueron aún más incómodas...
-¿Por qué has ido a Seattle?
-¿Por qué vienes a Canadá?
-¿Dónde vives?
-¿Cuánto dinero tienes?

Números disfrazados de militares que se otorgan el derecho de sembrar pánico. En las fronteras no somos personas, somos sospechosos. No somos turistas, somos intrusos. No somos personas libres sino borregos en línea esperando el toque de queda.